viernes, 4 de septiembre de 2009

Sesión de miércoles

El miércoles fui a sesión.
Estuve todo el día pensando que podía contarle que fuera un poco original o que al menos fuera merecedor de mención, por la pasta que pago.
Aún no he llegado a inventarme nada solo para que el psicólogo no se aburra, pero todo llegará. Una vez que te tumbas en aquel sofá tan cómodo pues todo sale solo.

Le conté que mis amigos están haciendo una lista de “posibles hombres perfectos” para mí y se van a dedicar a prepararme citas a ciegas, sordas y mudas.

Le conté la poca gracia que eso me hace.

Le conté que el fin de semana estuve comiendo en casa de mis padres.
Y creo que eso le llamó la atención porque me interrumpió y eso es bastante inusual.

—¿Y qué tal la comida?
—Uf! ¿Pues como debería ir una comida donde mi madre se empeña en provocarnos a todos una indigestión? Con un poco de paciencia, aprendiendo a llegar tarde y siendo la primera que se va, todo se soporta.
Si llego tarde no paso por el suplicio de tener que ayudarla en la cocina y aguantar el tercer grado, sus recetas y las ganas que pone en demostrarme que soy una completa inútil.
Cuando me abrió mi padre ya me avisó que ese día no estaba del todo fina, y con su mirada me prevenía: si eres valiente pasa, pero si eres inteligente gírate y corre ahora que aún no es demasiado tarde.
Me explicó que Sara también venía a comer y entonces lo entendí todo.
No hace muchos meses que mi hermana nos presentó a Olga, su nueva pareja. Mi hermana ha descubierto que antes que volver a aguantar a otro hombre prefiere tirarse por una ventana y mi madre no puede con ello. No acaba de aceptar que no va a poder enseñar a sus amigas las fotos de la boda de su hija pequeña vestida de blanco y del brazo de un abogado, arquitecto o algo aburrido por el estilo.

Me acuerdo de las Navidades pasadas donde mi madre meditó un plan e invito a la cena de la familia al ex de mi hermana. Carlos y Sara estuvieron muchísimos años juntos, tantos que perdí la cuenta. Se conocían desde pequeños ya que los padres de ambos son amigos desde siempre.
Sara se quedó blanca cuando lo descubrió sentado a la mesa, Olga se ganó el cielo y a mi padre y a mi solo nos faltaban las palomitas.
Pero la noche no acabó con cava, como todos nos imaginábamos. Sara discutió con su ex. El Ex con ella y mi madre con todo el mundo.
El invitado de honor le soltó a mi hermana que ahora entendía el problema de cuando estaban saliendo: que solo le ponían las mujeres y que por eso él, no satisfecho como macho, tuvo que lanzarse a los brazos de varias candidatas. Mi hermana loca de rabia le dio un puñetazo en la nariz y mi madre, que se acababa de enterar que ese desgraciado le había puesto los cuernos a su hija, le dio un empujón que lo envió derecho a la fuente del pavo relleno.
Creo que fui la única que disfruté la noche.
Des de entonces pocas veces ha vuelto mi hermana a reunirse con la familia. Pero es que nunca se sabe lo que te espera con mi madre.

Y como no, ese día no podía ser menos. Así que tuve que oír los frecuentes:
“¿Y porque has venido sola?”
“¿Cuándo me vas a dar una alegría?”
“Nunca voy a poder estrenar la cubertería de plata”
“Moriré si ver a ninguna de mis hijas en un altar y vestidas de blanco”
“Nunca seré una abuela joven”
“Hija, creo que si te esforzaras…eres muy mona y tienes que sacarte partido”

Lista interminable que no enumeraré porque estaría hasta mañana.
Pero dentro de lo que cabe la comida fue bien, sí, podríamos decirlo así.

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