miércoles, 24 de febrero de 2010

Café y pasta.

Me gusta, de vez en cuando, sentarme en un café a solas. Leo el diario, un libro, observo o simplemente estoy (que ya es mucho).
Con esta usanza he llegado a presenciar escenas que podrían llenar líneas aquí mismo o he escuchado conversaciones a mis espaldas que merecerían un capítulo a parte.
He sido testigo de cómo una amante increpaba al hombre que nunca dejará a su esposa. He asistido a primeras y últimas citas, a reencuentros después de años de espera…
Ayer mismo en la mesa de mi izquierda se sentaban una chica y un chico de no más de 17 años. Creo que ya se conocían, no demasiado, y algo estaba a punto de surgir. La conversación giraba entorno de preguntas y respuestas sobre antiguas relaciones o “rollos” como les llamaban ellos.

—¿Y has estado más de un año viviendo en Milán? —pregunta ella con voz demasiado estrepitosa característica de la juventud sin vergüenza y pudor.

El le cuenta como ha ido por Italia hasta que ella espera el momento clave para hacer la pregunta que más le interesa.

—¿Y has estado saliendo con alguien allí?

Y el chico del flequillo largo, con voz más suave (seguramente más pudoroso que su compañera) le dice que estuvo saliendo con una chica durante un año.

—¡Un año!—grita ella como si estuviera sola— Yo lo máximo que he estado con alguien son 4 meses y ya me agobié.

Supongo que el tiempo corre de diferente manera según la edad.

Y para no ser menos nuestra protagonista le explica la anécdota de un tío que se lió con ella cuando “presuntamente” aun estaba con otra y esa otra quería pegarla por haberle quitado al tío y que ella no tiene culpa alguna, ¿no? Y que el otro día se los encontró en la discoteca y que iban juntos de nuevo y que ella se asustó porque pensaba que la otra iría a por ella pero no fue así y a ella le da igual porque solo fue un rollo.

¡Demasiada información para mí! ¡Que pasión ponen estos chicos en el amor!
Evidentemente, alguna que otra vez me pillaron riéndome, no de ellos, no me crean tan malvada, sino de cómo cambia todo. Y no sólo porque la mayoría de las expresiones ya se me quedan muy atrás o porque cuando yo tenía 17 años se quedaba en el parque o en la plaza con todos los amigos mientras los demás iban tirando indirectas a la parejita en cuestión, sino porque con los años las relaciones (o rollos) toman unos derroteros menos serios en el pasado y más centrados en el futuro (prometedor). Es curioso que debiera ser todo lo contrario.
En la mesa de enfrente una pareja mayor, de unos 70 años, tomaban un capuchino cogidos de la mano.

—¿Me quieres? —le pregunta el señor de cara amable y mirada de enamorado.
—¿Y tu a mí?—responde ella con un toque de picardía.
—Muchísimo —le responde provocando una de las sonrisas más increíbles que nunca vi.

Y allí estaba yo, con mi café y mi cruasán de chocolate, sonriendo como una boba intentando averiguar cuantos años llevaban juntos, si aún era el primer amor de ambos o por el contrario la vida les había dado otra oportunidad.
¡Qué más da!

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sesión de Miércoles: por voluntad divina

Ha llegado un momento que ya nada, o casi nada, logra sorprenderme. La gente me desconcierta a veces pero, luego, pensándolo fríamente me doy cuenta que muchas cosas podían ser previsibles. Pero ayer…ayer cuando estaba en el metro…no se.
—¿Qué no sabes?
—Ocurrió algo en el metro que hizo que me quedara insensible a cualquier reacción, sin poder decantarme hacia ningún lado, sin saber que pensar realmente y con una sensación…
—¿Robaron a alguien delante de ti?
—No, nada de eso.

Muchísimas veces en el metro, todos nos hemos encontrado con los músicos que nos tocan canciones pasadísimas de moda con un acordeón y un altavoz enganchado a un carrito, incluso con cantante incorporada. Otras tantas que nos venden encendedores o pañuelos de papel a cambio de un euro. Están también los que piden alguna moneda a voluntad del viajero de TMB mientras te cuentan su dura vida sin trabajo ni hogar. Alguna vez he visto algún señor que mostraba unos documentos que certifican su grave enfermedad, sus operaciones y como todo eso le impide encontrar trabajo.
Pero hoy nuestra protagonista es una mujer de nacionalidad indeterminada, al menos para mi ignorancia, ya que no acabo de situarlas nunca entre Rumania o algún país de cultura árabe. La mujer no llegaba a los 40 años, aun así se notaba envejecida por la vida y el sol le había curtido la cara. El pelo lo tapaba un pañuelo de color negro y llevaba una tunica hasta los tobillos y unas zapatillas de ir por casa. A diferencia de algunas que ya he visto, esta no llevaba un bebé en brazos, pero si una fotografía donde aparecían 6 niños de diferentes edades. Ella, con su poco e inteligible español, nos daba a entender que no tenía dinero para pañales, para comida para sus hijos, que no tenían casa. Nos bendecía en nombre de Dios uno por uno pasándonos la fotografía de sus niños por delante y la sostenía unos segundos para que pudieras contemplar sus caras. El nombre de Dios recurría bastante a sus labios mientras yo pensaba como se puede tener una fe tan inquebrantable en esa situación.
Cuando ella ha llegado hasta mí, el pasajero que estaba sentado a mi lado, con un traje gris y camisa azul impecable, ha sacado una tarjeta del bolsillo interior de la americana y se la ha ofrecido.

—Tenga, cójala. Aquí le pueden ayudar a encontrar un trabajo.

Ella la ha apartado con la mano y le ha dicho al hombre que ella no puede trabajar, que no se lo permitirían. Su obligación consta en cuidar a los hijos.

—Bien —le ha vuelto a decir el hombre mientras se sacaba la cartera y extraía algo de dentro —toma esto entonces. Aprende a usarlo y quizá así sea todo más fácil.
En la mano de aquel viajero había un preservativo que estaba ofreciendo a la mujer que pedía unas monedas. Pero ella horrorizada lo ha vuelto a rechazar, gritando que eso era pecado y que así no se cumple la voluntad de Dios. La voluntad de Dios.

—Bueno —le respondió el hombre guardando su cartera sin sacar una sola moneda para ella — Hágase su voluntad pues.

Un silencio ha envuelto el vagón entero mientras mirábamos la escena.
La mujer ha salido del metro y supongo que a esperar otro tren que le ofrezca mejor suerte.
Siempre he creído que debe ser muy duro encontrarte en alguna de estás situaciones tan difíciles donde necesitas pedir para sobrevivir y que si a mis hijos les faltara de comer, seguramente no tendría inconveniente en robar.
¿Pero realmente son ideas de una persona demasiado idealista, poco práctica, que estando desde el lado más fácil y cómodo se aplaca la mente intentando defender o comprender? ¿Ese hombre nos ha reflejado una verdad o una minoría insensible?

Me perdí en mis pensamientos dudosos y llenos de contrariedades antes de llegar a mi destino sacándome de mi retiro una conversación detrás de mí, donde un chico le contaba a su amiga como le habían puesto una multa de 300 euros la otra noche por orinar en la calle.

jueves, 4 de febrero de 2010

Visita inesperada

Quizás encontrarais en falta a mi madre. Hace tiempo que no llama por aquí.
Yo os aseguro que no.
Quiero a esa mujer, pero, por Dios, a veces supera mis límites y agota mis fuerzas.
Pasaré a relatar su ultima fechoría e intentaré hacerlo con la máxima objetividad posible para que estás líneas nunca puedan usarse como prueba de la causa de un asesinato premeditado y con alevosía.

El viernes por la noche invité a Marc y Laura a cenar a casa, es decir, yo pagué la comida china y abrí las botellas de vino que ellos trajeron.
Acabando ya la primera de las botellas, cuando el ambiente empezaba a tornarse más que festivo y las conversaciones interesantes, exactamente entre los rollitos de primavera y los tallarines con gambas, suena el timbre de la puerta.
Frenamos la conversación de golpe y cuatro ojos me miran fijamente interrogativos.

—No, no espero a nadie —les digo antes de que me pregunten.

Mi gran sorpresa cuando veo a mi estimada madre en el umbral de mi puerta con una bandeja envuelta en papel de aluminio entre las manos.

—¡Hola vida! —me dice con una gran sonrisa y empujándome para entrar en mi casa.

Libremente se dirige a la cocina con sus andares femeninos y un poco sinuosos, que yo no he heredado, mientra me va hablando.

—Qué sorpresa ¿eh? Mira cariño, hace una hora más o menos que he sacado este pastel del horno y he pensado “vamos a llevarle un trozo a mi hija y así la visito que hace días que no la veo”, porque hace tiempo que no nos veíamos ¿verdad? —y todo esto lo suelta sin apenas respirar mientras quita el papel de aluminio de la bandeja, saca dos platos de mi armario y sirve dos porciones —verás que bueno. Es una receta nueva….
—Mamá, mamá, espera. Tengo visita. Estoy cenando con Marc y Laura y….
—¡Ah! ¡En serio? ¡No te preocupes que hay para todos!

Sin poder abrir la boca, por falta de ocasión y por no saber que decir, me quedo mirando como sirve dos pedazos más de esa maravillosa tarta de color naranja que la ha traído hasta mi tranquilo hogar. Y sin dejar de hablar, contándome todo lo que ha hecho durante la última semana y todo lo que le han dicho que ella cree que tienen un mínimo de interés, me planta dos de los platos en mis manos y cogiendo ella los otros dos se encamina ante mí al salón.
Allí esperan mis dos amigos bebiendo su vino y al verla se quedan pasmados y con los ojos bien abiertos mientras intentan simular una sonrisa falsa y un saludo hacia mi madre.
Marc, que es el caballero y un pelota con las mujeres (cosa que a ella le encanta), se levanta y le da dos besos mientras le dice lo joven y guapísima que está. Laura aprovecha para mirarme con las cejas levantadas preguntándome sin hablar que está haciendo mi madre allí. Lo único que puedo hacer es mirarla y alzar los hombros con resignación.

—¡Cuanto tiempo sin veros! Pero miraos que guapos que estáis. ¡Sobretodo tu Marc! Mírate, pero si eres un bombón —dice picarona mientra mi amigo le sonríe con sus blanquísimos dientes y le devuelve el piropo. No creo que pueda soportar esto mucho rato más.

Y mientras nos hace comer el pastel sanísimo de zanahoria, receta de un nuevo chef inglés, según nos cuenta, se sirve una copa de vino tras otra mientras colapsa la velada. Interroga a Laura sobre su vida amorosa, aconseja a Marc sobre las mujeres y a mí…bien, a mí me recrimina cualquier cosa que se le apetece (como no).
Laura me mira y se ríe al ver mi cara cuando pongo los ojos en blanco al escuchar como la visita inesperada abraza el brazo de Marc y le adula sus músculos. Consecuencia del alcohol que mi madre está ingiriendo cada vez habla y ríe más alto y coquetea sin ningún miramiento con el hombre de la casa. ¿Soy yo la única que encuentra la situación un tanto embarazosa? Pues en vista de lo bien que se lo pasan ellos y de lo divertido que lo encuentra todo Laura, creo que sí.
Se han acabado las tres botellas de vino, y una entera se la ha bebido mi madre y aun tiene moral para pedir más.

—Mamá, no hay más vino para ti. Además, ¿no crees que es ya un poco tarde? ¿No estará preguntándose papá donde estás? —cruzo los dedos para que esto sirva para algo.
—¡Ah! ¡Tonterías! ¡Si me lo estoy pasando estupendamente! —hace un movimiento con el brazo para quitarle importancia a la hora y se levanta del sofá balanceándose un poco— voy a ver si tienes alguna otra botella escondida….—entonces fija la vista en la pared, quieta, inmóvil, poniéndose la mano encima de los ojos— creo que no me encuentro muy bien —susurra.

Cuando esa mujer, pasada ya de rosca esta noche, alza la mano para taparse la boca todos reaccionamos apartándonos de ella. Marc, con el brazo extendido, le acerca uno de los recipientes de plástico donde viene la comida china, pero ella lo aparta de un manotazo y sale disparada para el baño.

Unos minutos después, la visión de lo que ha sido mi madre, aparece ante nosotros con una cara entre verde pistacho y gris que nunca le había visto antes y que seguro que si estuviera en mejor situación y se mirará en un espejo le cogería un soponcio.

—Creo que me ha sentado mal el pastel. No creo que lo haga más —apenas se oye murmurar.

Así que despacho la noche enviando a mi ebria progenitora con su querido guardaespaldas a casa, que no creo que me lo perdone nunca, pero si no le hubiera dado tanta coba quizá otro gallo cantaría. Y Laura que desaparece por la puerta con una sonrisa picarona en la boca, como si fuera victoriosa de algo, y me guiña un ojo cómplice mientras me dice bajito: “Mañana estará mucho peor”.

Quizá sea malvada, pero esa idea me hace sonreír.
 

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