jueves, 26 de noviembre de 2009

Feliz Navidad....¿a todos?

Tengo miedo que estas Navidades me aparezcan los tres famosos fantasmas: el del pasado, el del presente y el del futuro.
Y es que no hago más que despotricar de las fiestas que se avecinan y de quejarme de la antelación a todo. ¡Qué manía!

La verdad, no me importaría que me enseñara de nuevo mi pasado. A veces peco de demasiado nostálgica. Y quizás si me pasea por una vida diferente por el hecho que yo no haya nacido, no se note demasiado la diferencia, porque vamos a ser realistas, muchas cosas importantes no es que haya hecho.
¡Cómo entiendo al borde Scrooge!

¿Hace falta pasearte por la ciudad a principios de Noviembre y encontrarte bajo las lucecitas de colores que atraviesan las calles principales?
Y lo más surrealista es que andamos aun en mangas cortas y sin calcetines porque el frío no acaba de llegar. No va a haber Navidades blancas me temo. Qué pena.
¿Hace falta que el Corte Ingles me ponga sus megas estructuras luminosas dos meses antes?
¿Y hace falta que me vaya a comprar una barra de pan, un kilo de manzanas y una docena de huevos y que me den el día 3 de Noviembre unas bolsas de plástico llenas de Papa Noeles y “Felices Fiestas” por doquier?
No, no hace falta.
Ya le dije a la cajera que el próximo día si veía las bolitas de plástico colgadas y las horrorosas guirnaldas, me iba a otro super.

Para coger el metro, paso cada día por delante de una tienda de regalos varios y hace más de un mes que tienen plantados en la entrada dos árboles de Navidad. ¡No uno, sino dos!!! Y repletos a reventar de decoración.

Hace calor, no me he puesto todavía mi abrigo nuevo, falta un mes para el día 24 de Diciembre.
También podría argumentar que las luces en las calles gastan dinero público, que son antiecológicas.
O bien que estamos inmersos en una gran crisis y que si todo esto lo hacen para nos volvamos chalados y nos pongamos a consumir como posesos, no tienen vergüenza. Aunque llegaremos a la espiral que sin consumo no se acaba la crisis, pero yo para consumir necesito dinero, díganme tiquismiquis.

Y la lotería. Gran tema. Llevo dos semanas gastando dinero en la lotería de Navidad. Se me rompe el pescuezo cuando observo las colas que se forman ante las Administraciones más famosas. ¿Saben que ahora se puede comprar por Internet? No hecho una mísera quiniela en todo el año y en Navidad me dejo enredar por cualquiera.

Hace 20 días que ya tengo el papelito guardado, sino perdido, de quien va a ser mi amigo invisible. Ya ni me acuerdo.
Tengo 3 cenas programadas.
Me han preguntado 5 veces que voy a comprar para Reyes.

Quizás cuando llegue ya el momento de estar felices, de comer como si nunca antes lo hubiéramos hecho, de ponernos gorros de Papa Noel o cuernos de alce sin sentido del ridículo alguno, quizás yo ya me habré cortado las venas.

Y me podéis llamar aguafiestas, sin corazón, huraña o como queráis, pero todo en su momento por favor que luego nos saturamos y nos cansamos enseguida.
Pero si me hacéis buscar una sola cosa positiva de las prisas de la Navidad sólo comentaría que no está mal tener ya mantecados en mi despensa.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Miércoles, otra vez.

Sí, y de nuevo sesión con mi querido confidente.
Vuelvo a sentarme el la butaca y vuelvo a hablar de mis fracasos.
Este hombre va a tener que pagarme a mí al final porque se lo debe pasar bomba escuchándome.
Y he pensado en no venir hoy, pero seguro que me hubiera preguntado la semana siguiente. Y he pensado en mentir también, en inventarme una historia con final feliz. ¿Pero de que me sirve mentirle a él? Me engaño a mi misma y desperdicio ese dinero que aun no entiendo porque continúo gastando aquí.

Bien, que más da. Supongo que lo que querrá saber es como fue mi sábado. Solo diré que volví a casa en taxi, sin bolso, con un solo zapato y a altas horas de la madrugada.
Pero empezaremos por el principio.

Confieso que aunque no me tenis mucha esperanza en aquello, una siempre tiene sus ilusiones (al menos solo por una noche) y se pone nerviosa unas horas antes de la ocasión. Confieso también que aquella tarde de preparación psicológica me fumé unos 5 cigarrillos, sí, volví a fumar. Realmente nunca lo he dejado definitivamente. Siempre tengo un paquete escondido en el armario por si acaso. No se muy bien porqué, ya que si no tuviera el paquete de por si acaso y hubiera un por si acaso…no fumaría. I tampoco se de que me sirve tenerlo escondido en el armario si yo vivo sola y se donde está. Manías que tiene una.
Bien, creí que quizá con alguien que se mueve en el mundo del glamour debía esmerarme un poquito y no ser del todo yo misma aunque muchos estén convencidos que es la mejor manera de ir por el mundo. No en una primera cita. Lo aseguro. Debes ser tu misma después de peinarte y pasarte la plancha, de depilarte al milímetro, de usar un maquillaje invisible pero que te deje la piel lisa y perfecta y si puede ser todo acompañado de unos buenos tacones y un vestido bonito. Quizá así te sientas más segura para poder ser un poco tu misma.
Pero esa noche opté más por la sencillez. No me iba a pasar todo el día pendiente de aquello. Y en una hora estuve lista.
Pasaban más de 10 minutos de la hora acordada y aun no había tocado nadie a mi puerta, pero ya se sabe con está gente. Supongo que debe ser muy in hacer esperar.
A la media hora de estar en el sofá sin saber que hacer y tiesa como un ajo para no arrugarme la ropa llaman a mi teléfono.
Le ha salido un imprevisto, tiene trabajo, última hora…bla, bla, bla….y que si me importa que nos veamos directamente en el restaurante.
Bien, le puede pasar a todos. Me doy el último vistazo en el espejo de la entrada y salgo hacía el restaurante.
Y allí media hora más de espera. El camarero, amable y simpático donde los hayan, me ofreció dos veces algún tipo de entrante, para la espera, pero me limité a mi copa de vino blanco y intentando bebérmela a pequeños sorbos para no repetir la historia d la última vez.

Y cuando mi vista se perdía en contar los hilos del mantel, apoyando la cabeza en mi mano y empezando a temerme que me tendría que ir sin cenar, apareció por fin.

Ante mí, un tipo alto y trabajado en el gimnasio. Moreno, demasiado para la época del año, trabajado en un solarium. Pelo engominado y hacia atrás, trabajado durante horas. Camisa blanca con los primeros botones abiertos mostrando los pelos renacientes de la última pasada de la cuchilla. Tejanos dos tallas menos de las necesarias que imposibilitan cualquier movimiento. Cejas…trabajadas, para no decir depiladas. Joyas y complementos muy trabajados también. Un tipo excesivamente trabajado. Excesivamente perfumado. Irreal. Surrealista.¡ A dónde hemos llegado!

— ¡Ei hola! Tu debes ser Nessa. Soy Ian. O sea, Ian, el amigo de Marc. ¿Sabes?
— Sí, se, o sea, sí, se —madre mía, no iba a aguantar toda la noche.
— Siento el retraso pero ya sabes como es este trabajo, o sea, ya me entiendes. Este mundo es muy esclavo. ¿Sabes?
— Sí, se.
— Bueno, no te he querido traer flores ni ninguna otra cosa porque de todas maneras no te conozco para saber que te pega más. ¿Sabes? Y soy un hombre moderno que cree en la liberación de la mujer, o sea, que supongo que eso de las flores ya es una cursilada.
— Sí, claro —no hay más palabras señoría.
— Este restaurante es fantástico, o sea, lo ultimo de lo último. Tenemos reserva gracias a mis contactos. Normalmente está lleno de famosos. ¿Sabes?
— Aja……

El restaurante en verdad estaba bien. Una decoración muy art-pop a lo Andy Warhool y la gente que estaba sentada en las mesas conjuntaba a la perfección con el local. Yo no.

Durante toda la cena tuve que escuchar la maravillosa vida de un representante. De lo difícil que era mantenerse. De lo fantástico que era viajar a Milán, los Ángeles, Nueva York, conocer gente famosa….mientras atendía a todas las llamadas de su móvil (y no fueron pocas).
Lo que no entendía era porqué si ese peñazo tenía una vida tan completa y repleta…necesitaba quedar con una mujer que no conocía de nada. Y así se lo pregunté.
Y su contesta fue simple y llana: No me gusta llevarme el trabajo a casa.

Dos horas de hablar de él después pedimos la cuenta para ir a tomar una copa fuera de allí. Por supuesto pensaba tomarme la bebida alcohólica con más grados rápidamente y escapar.
La cuenta…a pagar a medias. Podría ofenderme con otra de las cosas que no permiten la liberación de la mujer, claro.
El taxi al Pub de moda que Ian conocía y que estaba en el quinto cuerno…ese que valió una pasta, lo pago yo. Porque el señorito está acostumbrado a la Visa Oro y nunca lleva “cash” encima.

Entré en el Pub detrás de Ian que continuaba pegado a su Black Berry. Y en ese instante supe que hubiera sido mejor rendirme y marcharme a casa. Nada bueno podía sacar ya de eso.
Empezó a saludar a todo el mundo con besos y abrazos. Mano alzada a la izquierda, mano alzada a la derecha. Pasé por alto el hecho que me iba dejando atrás, rezagada sin presentarme a nadie. Lo seguí y lo seguí hasta que mi dignidad me dirigió a la barra para tomar mi primer Gin Tonic.
No supe mucho más de él. Iba apareciendo por momentos para contarme que era muy importante relacionarte con todo el mundo, estar siempre disponible porque nunca se sabe. ¿Sabes?

Así que cuando lo vi salir del váter por tercera vez tocándose la nariz y con dos botones de la camisa desabrochados de más, decidí que ya había tenido suficiente.

No sabía donde me encontraba exactamente, pero lejos de la civilización, seguro. Llamé a un taxi que pronosticó una media hora de espera. Y yo pronostiqué la pasta que me dejaba otra vez en el viaje. Lo que no intuí fue la moto con dos pasajeros que me estirarían el bolso, me tirarían al suelo, me romperían el tacón de mi zapato y que harían que me sintiera la persona más desgraciada de la tierra.

Al menos el taxista fue piadoso y no le importó que le gastara todos sus pañuelos de papel.

martes, 10 de noviembre de 2009

La apuesta sigue en pie.

Pues resulta que la apuesta sigue en pie. Mis dos amigos continúan con el jueguecito de quien me consigue la mejor pareja. Está clarísimo que a Laura le faltan puntos después de la última, aunque sea por mi culpa.
Y ahora le toca el turno a Marc. De este me temo lo peor.

La otra noche nos quedamos a cenar en mi casa. Una película a media tarde llevó a las cervezas y eso a una botella de vino y esa a pedir una pizza.
Estas veladas solo me demuestran que ya tenemos una edad.
Bien, aunque no os lo creáis nuestras conversaciones son interesantes y más cuando hace mella el alcohol. Podemos hablar de política, deportes, arte y cultura….pero por qué engañarnos, todos estos siempre desembocan en el SEXO. Y no me hagan exclamaciones que estoy segurísima que no somos bichos raros.
Y así entre puntos de vista, consejos y el cuestionario de rigor que siempre se le acaba haciendo al componente masculino del grupo (la experiencia es un punto) me suelta él mismo, Marc, que si estoy preparada para el segundo round. Es su turno. Había tenido la decencia de dejar la sorpresa para el final de la velada.
Me negué, pataleé, blasfemé como unos treinta minutos, pero no hay manera de que ese hombre se de por vencido.
Me juró y perjuró que su amigo no tenía nada que ver con las personas que conocía Laura y que me lo iba a pasar bien. Por su parte Laura se defendía y intentaba dejar claro que Horacio era una muy buena persona y que si la cosa no salió bien del todo no era por su culpa (eso lo tengo ya muy claro).
Así que a resueltas de la noche…tengo otra cita a ciegas con un tipo que se llama Ian (¿no conocerán gente con nombres más normalitos?) y que es representante. Según mi querido amigo es divertido, guapo y tiene mucho mundo. Eso quiere decir que yo a su lado voy a quedar como una cateta.

Ya me he vuelto a meter en otro berenjenal sin comerlo ni beberlo. Así que en dos sábados vuelvo a salir con alguien que ni tan siquiera conozco y que no me apetece nada conocer.

Se que mi madre se enterará de alguna manera. No se como lo hará ni que poderes mágicos tiene para siempre saberlo todo, pero lo hará. Y me llamará y me aconsejará y me sermoneará. Y al día siguiente a la cita querrá saber como ha ido todo y los detalles más insignificantes. Recalcará cada uno de mis errores y si la cosa es un desastre, otra vez, quizá tengo un poco de suerte y me retire la palabra durante unos días.
Todo eso es lo que más temo.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Invitación de boda.

Hoy he recibido una invitación de boda. Un bonito sobre color crema envuelve un papel de buena calidad y al parecer muy caro. Me invitan a mí y a mi acompañante (ja!) a la otra punta del país, sin ningún gasto pagado y con un número de cuenta en el pie de la hoja que deja bien claro que debo hacer con eso.
He necesitado unos quince minutos en recordar claramente quien era la persona que me invitaba. Hace como cinco años que no se nada de ese tipo y supongo que no le habrá contado a su futura mujer la relación que tuvimos ya que seguramente se hubiera negado a que me invitara.
Bien. Fue un verano bonito y apasionado en la costa, seguido de unos meses de reencuentros esporádicos algún fin de semana y un contacto telefónico cada vez más débil. Y ahora me invita a su boda.

Lo que me pregunto es como tengo que rechazar esa invitación. Es decir, como se comunica tu no asistencia. No lo he sabido nunca y, sobretodo, si me apetece tanto ir como sacarme una muela del juicio…¿debo hacerle regalo?
Más de una vez he preguntado el protocolo del regalo y aun no lo tengo del todo claro.

En los últimos años he estado recibiendo algunas de estas invitaciones. Gente que ya no reconocerías ni en una rueda policial, viejos amigos, compañeros de trabajo…
Y he llegado a una conclusión: la gente se casa.
Sí, y me asombro cada vez. No acabo de acostumbrarme cuando aquella niña con dos trenzas y el moco flojo que se sentaba en el pupitre de al lado me comunica que se casa. Imaginaos cuando se trata de un ex.
Quizá me pasa porque siempre he visto el matrimonio como algo muy lejano en mí. Como algo irreal, algo que tardará tiempo en llegar.
Cuando era pequeña y jugaba con mis amigas, ellas se peleaban por ser la mujer de alguien. Yo me quedaba sola cuando escogía ser la independiente, la que vive sola y no da cuentas a nadie.
Con el tiempo ves que una cosa no tiene que ver con la otra y que todo el mundo puede cansarse de estar solo en algún momento, pero el matrimonio….uf. No.
De todas maneras, sintiéndolo mucho por mi madres, no he tenido la oportunidad ni de planteármelo.
Y rápidamente entenderéis el por qué. Enumero algunas de mis relaciones:

- El ocupa-gorrón que se instaló en mi casa, más bien en mi sofá y se comió mi comida y casi me arruina. Duró hasta que me cortaron la luz por falta de pago.
- Otra de mis conquistas fue un hombre que solo veía unas dos veces por semana y en horas contadas y controladas. Siempre apagaba el móvil y nunca se quedaba a dormir. Un mes y medio después supe que estaba casado. No me siento muy orgullosa de eso ni de lo que vino después, pero eso es tema para otro día.
- En una época rebelde me perdí por el tipo malo. Tenía moto, pantalones negros y ajustados y un cuerpo increíble. Estuvo muy bien y realmente fue muy divertido hasta que una madrugada me despertaron para que fuera a buscarlo a la cárcel y pagar su fianza.


Podría enumerar un par más que no tienen desperdicio, pero con algún ejemplo basta.

Supongo que todo el mundo se casa ilusionado y con la esperanza que será para siempre. Y yo no soy nadie para aguarles la fiesta. Así que voy a contestar a la invitación disculpándome con alguna excusa ridícula por no poder ir, deseándole toda la felicidad del mundo.
Ya me pensaré lo del regalo que eso es otro tema.
 

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