lunes, 25 de enero de 2010

Mear de pie no es fácil


Me perdonaran que ahora ponga en boca de una mujer alguno de los aspectos más curiosos de un hombre, al menos para mí lo era.

En realidad no envidio nada a un hombre, ni aunque ellos no se lo lleguen a creer, no he deseado nunca tener un pene entre las piernas. Más de una conversación nos ha llevado este tema y muchas veces nos hemos preguntado entre amigas como lo harán para doblar las piernas o sentarse sin ningún miramiento. Pero lo molesto que creemos que puede ser tener eso colgando es oreo tema que ahora no nos interesa.

Bien. Si había una cosa que podía desear de ellos era la manera de orinar.
Un viaje en coche: tú necesitas encontrar un baño, él sólo parar el coche.
Un bar, una discoteca, un concierto donde la cola de las chicas supera el kilómetro y medio y la de ellos te pasa por delante en cuestión de segundos. Entonces cuando llega tu turno te arremangas el abrigo hacia arriba al mismo tiempo que te aguantas el bolso. Intentas no poner los pies planos en el suelo cuando te bajas los pantalones para que el dobladillo no absorba esa humead que pringa el suelo. Mantienes el equilibro provocándote unas agujetas para una semana entera en los muslos pero no te permites sentarte en el water lleno de gotitas y cuando se acaba la operación intentas, con la boca ya que no te quedan manos, sacar un papel del bolso porque en este país nunca hay papel higiénico donde toca.

Podría enumerar bastantes más ocasiones donde creía que mear de pie era lo más práctico del mundo, pero mi fe se ha visto truncada por culpa de mi timidez y mi aprensión a la falta de intimidad. Y ese cambio de mentalidad tuvo lugar el lunes pasado cuando salía del baño de las chicas de la planta del despacho donde trabajo. Este se sitúa al lado del baño de hombres y su puerta hace ya un tiempo que no cierra muy bien. Así que cuando me dirigía de nuevo a mi mesa la mirada se escapó hacia dentro de ese otro mundo donde en las paredes se apilan urinarios sin ninguna protección ante las miradas (y las comparaciones) del vecino. Supongo que siempre lo he sabido pero el “clic” en mi cabeza ocurrió en el instante que vi la cara del becario cuando entró uno de sus jefes y se situó a su lado saludándolo y preguntándole qué tal había ido el fin de semana.
¿Situación incomoda? Para mí lo sería, esta y alguna más.
Existen en la pared contraría las tazas que están en sus cubículos pero entonces si entras en una de ellas queda demasiado evidente que es lo que vas a hacer.
¿Incomodo? Para mí lo sería.

A partir de aquí mi mente empezó a indagar sobre el tema y sobre si ellos le dan tanta importancia al momento intimo de hacer pis. Seguramente no y eso los diferencia del hecho que nosotras incluso intentamos camuflar los ruidos cuando tenemos a alguien en el baño de al lado. El tema del camuflaje de los ruidos también es otro tema para otro día porque se haría demasiado largo.
Existen varias técnicas y cada maestrillo tiene su librillo, así que dejemos el tema por hoy y permitidme que vaya al baño aliviada porque por unos instantes en este día voy a tener un poco de intimidad.

miércoles, 20 de enero de 2010

1+1= Multitud?

Cuando vives en la treintena pasas a tener dos tipos de amigos.
Los solteros con los que sales de fiesta, con los que te vas de vacaciones o los que siempre puedes hacer planes en el último minuto.
Luego están los que ya se han casado y tienen hijos o los esperan. Esos que te hacen sentir que el mundo gira demasiado deprisa y tú te quedas atrás sin saber porqué y sin darte cuenta.
Cuando quedas con una de esas parejas te miran con cara de lastima mientras ellos abrazados se tocan la barriga de 7 meses y te cuentan los nombres que tienen en mente y la decoración de la habitación de su futuro retoño.
Ellos que te intentan liar con sus otros amigos solteros sin pensar siquiera que quizá, remotamente, estés a gusto como estés.

Bien pues, el viernes pasado me invitaron a cenar a casa de unos amigos de esta segunda clase donde asistieron 3 parejas más con sus barrigas sietemesinas y sus respectivos hijos.
Recordarme que la próxima vez me quede en casa depilándome las piernas.

Porqué llegué a ser la única sin marido, sin hijo y sin hipoteca asistiendo a la cena no lo acabo de entender muy bien. Lo que sí se es que estuve sentada entre medio de una poltrona con un bebé que intentaba meterse la cuchara en la boca sin mucho éxito y un niño de unos 4 años que Bin Laden le llega a la suela del zapato.
Las conversaciones, que distan mucho de las que tenemos con Laura i Marc donde siempre acabamos hablando de lo mismo, se basaron en la compra de vivienda y sus respectivas reformas, en los colegios públicos y privados, en los gases, pañales, dientes, otitis, restriñimiento y otras causas del insomnio y de los partos. Cuando llegaron a esa parte fue suficiente para mí. Si ya no era suficiente desagradable escuchar detalladamente la rotura de aguas, cada centímetro de dilatación, dolores, almorranas, puntos, etc…, solo me faltó escuchar al orgullosos padre de familia decir que lo había grabado todo en video.
Y sí, me asusté de tal manera al pensar en la sesión cinematográfica que decidí salir por patas.

Y me marché dejando atrás los gritos de los niños malcriados mientras tiran los espaguetis al suelo y provocan las carcajadas de sus padres, me marché con una camisa de seda blanca y nueva llena de papilla porqué el comensal de mi derecha no domina muy bien sus reflejos, me marché del ambiente sin tabaco y sin tacos, me marché dejándolos a todos con su felicidad de familia de serie de televisión.
Y en cuanto puse un pie en la calle me encendí un cigarrillo y llamé a Marc y Laura porqué lo que más me apetecía en aquel momento era tomarme una copa con ellos y hablar de cualquier cosa que nos llevará al tema sexual (con protección que ya nos ha quedado claro en que acaba todo).

Quizás algún día mi vida esté llena de pañales y espaguetis pegados en la alfombra y quizás sea la mujer más feliz del mundo, pero hoy sin todo eso también lo soy. Vamos a disfrutarlo.

martes, 12 de enero de 2010

Sesión de Miércoles: Anuncio de boda

—Me hizo ilusión porqué hacía tiempo que no quedaba con mi hermana para tomar algo. Ella y yo solas. Para hablar. Cuando me llamó y me dijo que quería verme creí que algo malo pasaba y de repente me vino a la mente la imagen de cuando éramos pequeñas y yo la cogía de la mano para llevarla sana y salva a casa. Cuando éramos cómplices ante mi madre. Cuando yo era su hermana mayor y se creía todas las historias que le contaba.
Y cuando la vi entrar en la cafetería donde habíamos quedado, note de nuevo, en la medianoche, como una niña se colaba en mi cama y se dormía pegada a mí porque pensaba que bajo su cama había un mundo lleno de monstruos —sólo me atrevería a decir estas cosas sentada en este sofá.
—¿Y te molesta que ya no te necesite? —me pregunta mi confidente con el cuerpo echado hacia delante.
—Yo no creo que no me necesite. Tanto como yo a ella. Pero de una forma distinta a la de antes.


Sentada en la cafetería ante mí daba vueltas al café con la cucharilla provocando pequeños remolinos en la taza. Se veía sería y preocupada, pero eso no escondía aquella seguridad que tanto me gusta en ella.
Dos hombres la observan desde la barra y comentan entre ellos. Sara es guapa y muy femenina. Posee una belleza natural, poco forzada que la envuelve y atrae. Siempre me ha dicho que aunque no le atraiga el sexo opuesto le encanta que la miren y la piropeen.

Levantando la vista hacia mí, soltó la noticia de repente.

—Olga y yo vamos a casarnos.

Y qué rápido pueden llegar las lágrimas cuando ni siquiera has digerido la información que acabas de recibir. Como se puede mezclar la alegría, la ilusión, la sorpresa, la nostalgia…

Y me cuenta sus planes, me dice que ya tienen una casa en el campo, que les deja un amigo, para hacer la fiesta y que quiere que estén la gente que realmente quiere y que lo que más le preocupa es que nuestra madre no se lo va a tomar muy bien.
Ahorro animarla en este sentido. Las dos conocemos a esa mujer y sabemos como de cabezona es. Pero también se como quiere a su hija y que aunque grite mucho al principio y se niegue a la verdad acabará haciendo lo que debe.

Y entre la emoción y el síndrome de hermana mayor que vuelve al ataque acabo metiéndome en el berenjenal que nunca hubiera deseado.

—Déjamela a mí, yo hablo con ella.

No se ni donde me he metido.
 

Con mis pies en el suelo | Creative Commons Attribution- Noncommercial License | Dandy Dandilion Designed by Simply Fabulous Blogger Templates