jueves, 17 de septiembre de 2009

Tarde de lectura

Hubo una vez en un lugar lejano, una casa en medio del bosque donde vivía una chica con su madre.
Ella ayudaba a su madre en todo lo que podía: fregaba, recogía fruta, cuidaba el huerto, cocinaba…
Aun así, la madre nunca estaba contenta y siempre tenía alguna crítica a hacer y ella, por no discutir, obedecía ciegamente.
Y todo su esfuerzo nunca fue suficiente para su madre.
Y pasaron los años y allí seguía soñando en desaparecer algún día, irse lejos para cometer errores, para vivir su propia vida y sobretodo para no tener que llevar más esa maldita capucha roja que su madre le cosió cuando niña.
Una mañana su madre la llamó temprano para decirle que tenía que ir a casa de su tía a llevarle un poco de sopa porque tenía la gripe.
Antes de irse la advirtió, como siempre hacía, que vigilará con los lobos del bosque que podía encontrarse por el camino.
Le contó que pueden parecer amables y caballeros al principio pero que en realidad son peligrosos y que acaban aprovechándose de las jovencitas inocentes.

—Yo también he sido joven y alguna vez he podido caer bajo sus encantos. Pero hija, hazme caso cuando te digo que no te conviene.

Así que se fue adentrándose en el bosque y murmurando para ella que ya estaba harta de que le dijeran siempre que y como tenía que hacer las cosas.
Y deseó encontrarse con un lobo para llevar la contraria a su madre.

Y así fue como en medio del camino un hermoso lobo de pelo en pecho y ojos salvajes se le apareció, con andares chulascos y sonrisa picarona.

—Hola guapa. ¿A dónde vas?

Y Caperucita, sucumbiendo a sus encantos, le sonrió y mientras pensaba que en verdad no parecía tan malo le contó a donde se dirigía.

—Pues hazme caso y vete por el otro camino de la alameda que ya verás como acortas y vas a disfrutar del paisaje. Y encima puedes pillar unas flores.
A ver si te veo otro día por aquí.

Y Caperucita le creyó y cogió flores y disfrutó de las vistas y sonreía para sí de placer al imaginar la cara de su madre cuando le contará que había conocido a un amable lobo.

Mientras tanto en casa de su tía, un lobo llamaba a la puerta.

Cuando Caperucita llegó por fin a casa de su tía, la encontró en la cama desnuda y esposada al cabezal en una casa despojada de todo lo de valor.
La avergonzada mujer le explicó como un atractivo lobo la había seducido con palabras y piropos. Cuan bueno había sido el sexo con él y como le había robado luego en sus narices.

Vino la policía, los vecinos chafarderos, etc…pero esa es ya otra historia.

Pero a nuestra protagonista de la capucha roja, lo que más rabia le hacía de todo esto era que al fina su madre tenía razón. Y eso no lo soportaba.

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