jueves, 29 de octubre de 2009

No me gusta:

- el oro brillante
- el rubio oxigenado
- los coches tuneados
- esperar
- los lunes
- la hipocresía y la falsedad
- la piel autentica
- aros para las orejas
- el café solo
- los videojuegos
- los aviones
- los perfumes fuertes
- la música reggaeton
- la falta de ideales
- las pulseras que se encadenan en el dedo corazón
- mujeres mostrando los calcetines con falda
- los entrecots
- tocar el huevo crudo
- madrugar
- la falta de respeto
- el whisky
- el desorden
- el olor a puro
- las botas camperas
- la ropa llena del logotipo de la marca
- el hígado, por muy sano que pueda ser
- las motos trucadas para hacer ruido
- los tupés (por mucho que se vuelvan a llevar)
- sudar
- los aprovechados


¿Alguna idea más?

miércoles, 28 de octubre de 2009

De creer o no creer.

—Mira Laura que dice hoy mi horóscopo —le digo a mi amiga doblando bien el periódico y dando antes de leer otro sorbo de café— Ascenso en tu trabajo que provocará un aumento en tu economía y por fin podrás darte ese capricho que tanto quieres. Tu pareja esta semana te dejará bien claro como te ama con alguna sorpresa romántica.
—No se como te puedes creer esas cosas —me sermonea sin levantar los ojos de su revista “Mente y salud”.
—A partir de hoy ya no. Creo que los voy a denunciar por darme falsas esperanzas.
—Tú siempre crees en falsas esperanzas.

Cada uno cree en lo que puede. Hay gente que tiene una fe ciega en su dios, otros creen en la fuerza y en la energía, otros en el destino y las señales, en los ovnis, en los espíritus, en las constelaciones…y luego están en los que no creen en nada y encima alardean de ello.

Y entre todo ello está mi portero. Un hombre que cree en todo y en nada al mismo tiempo. Él simplemente se empecina en buscar las casualidades de la vida que el quiere pensar que son uniones intrínsecas del universo que significan algo más importante de lo que jamás lograremos comprender.
Cuando habla contigo te sonsaca información que acaba relacionando de un modo forzado con cualquier cosa que esté a su alrededor. Si le dices que tu signo del zodiaco es Libra, él te dirá que su tía es Libra y que mira que casualidad que su nombre empieza igual que el mío y que seguro que yo tengo mal la circulación como ella.
Si le dices que naciste un día 10 el te dirá que el nació el 15 que solo se diferencia por el numero cinco que multiplicado por dos son los años que nos llevamos. Y si le dices que tu madre nació en un pequeño pueblo del sur, el inocente te explica que su madre pasó por ese mismo pueblo exactamente 20 años justos después que naciera ella.
Otras veces me ha visto vestida de un color que el había pensado ponerse también por la mañana pero que cambió de opinión en el último momento para intentar crear un karma distinto. Se lee el horóscopo cada día antes de hacer los crucigramas. Va a misa los domingos. Hace yoga los miércoles y toma flores de Bach para la calma interior. De vez en cuando hace que le lean las cartas y le limpien la casa de malos espíritus. Si abres el paraguas antes de haber puesto el pie en la calle se santigua y te grita que no vuelva a hacerlo y cuando está barriendo el portal se te advierte que no pases cerca para que no te barra los pies.

—¿Y que pasa si me barres los pies , Andrés?
—Pues que no te casas y si estás casada no te quiere la suegra y si la suegra está muerta seguro que algo malo pasará.

Sí, seguro que algo malo o bueno entre que naces y mueres pasará.
Pero él es feliz con sus creencias y quizás le haga la vida más fácil, quizás esa sea su manera de pasar los días inciertos.
Yo he perdido mucho de todo (fe, creencias, inocencia) por el camino y a veces lo hecho en falta.

viernes, 23 de octubre de 2009

Por fin buenas noticias.

http://es.noticias.yahoo.com/5/20091022/tes-los-polifenoles-hacen-que-el-chocola-c5455be.html

Otro Miércoles (Oscuridad)

—Aveces tengo un sueño donde no puedo ver.
Me encuentro durmiendo y me despierto de repente abriendo los ojos de golpe como cuando te das cuenta que algo malo está pasando.
La habitación está oscura, oscura completamente. Ni siquiera la poca luz que normalmente entra por las rendijas de la persiana puede verse hoy.
Debe ser aún noche cerrada, pienso intentando recuperar la serenidad.
Algo me ha sobresaltado y ha hecho que me despertase bruscamente, pero aún no se que es.
Muevo los ojos alrededor de la habitación. Debo de estar muy dormida todavía porque no acabo de situarme, es como si por un momento no supieras donde te encuentras realmente, cómo has llegado ahí...y eso me turba.
me quedo quieta un momento boca arriba para que mi mente y mi pulso se aplaquen .
Se que algo no va bien.
Necesito ver con claridad, percibir cada cosa en su lugar exacto, quizás así logre volverme a dormir.
Decido abrir la luz. No tengo que moverme mucho, sólo alargar el brazo ya que la lamparita está justo a la izquierda de mi cama. Le doy al interruptor pero todo queda igual de negro. Vuelvo a intentarlo.
Oscuridad.
Caigo en que las cosas se estropean aveces, que eso puede ser normal. Un mal contacto o me la dejé desenchufada. Le doy al interruptor una y otra vez, movimientos rápidos, pero en mi fuero interno tengo miedo.
Así que por fin decido levantarme y encender la luz del techo. El interruptor está al lado de la puerta y llego a él palpando la pared y los muebles.
Cuando le doy al interruptor nada entra por mis ojos. Nada. Ni mi cama, ni el armario, ni mis estanterías repletas de libros....
Retengo un grito dentro de la garganta. No perdamos la calma. Quizás se fue la luz. Vuelvo a mi sitio de origen palpando de nuevo pero con más prisa que antes. Ha llegado el momento de levantar esa persiana, de abrir la ventana y quedar salvada ya por fin.
Se oye el ruido de la persiana enroscandose, se oye el gruñido de las puertas al abrirse, pero aún así todo permanece oscuro.

—Vaya, interesante —me dice mi psicólogo que está sentado en su silla de siempre pero con el cuerpo ligeramente hacia delante, como si le interesara por fin lo que digo.
—He tenido ese sueño varias veces. ¿Cree que significa algo?
—Seguro. Todo sueño tiene un porqué.
—¿Y bien?
—La verdad....no tengo ni idea.

jueves, 15 de octubre de 2009

Después de publicidad

Una mujer (¿porqué siempre una mujer?) se desespera ante la camiseta de su hijo porque no puede hacer desaparecer las manchas de chocolate, hierba y barro (quizás si lo educáramos mejor no nos veríamos en este apuro). Habla sola y maldice su detergente. De repente una mujer alegre y risueña aparece a su lado por arte de magia trayendo con ella el jabón que va a cambiarle la vida.

No entiendo este anuncio. Una mujer haciendo la colada y ni se inmuta cuando una extraña le invade su casa para contarle que se ha equivocado de detergente. La otra no se lo toma mal del todo sino que sigue su consejo, pone una nueva lavadora, le hace café a su nueva amiga y esperan a que centrifugue la máquina mientras le cuenta la crisis sexual que últimamente tiene con su marido.
Increíble.

Marc permanece sentado a mi lado en el sofá de dos plazas y es que no me cabe ninguno más grande en mi mísero salón.
Hemos desparramado todas las bolsas de patatas y chocolates que he comprado en el super y he guardado la fruta donde debe estar, en el frutero.
Le da el primer trago a su segunda cerveza y cambia de canal.
Cuando Marc está en casa se hace con el poder de la tele y juro que luché, pero me he rendido en esta guerra.
Aparece un anuncio de patatas. Unos chicos llenos de juventud y de hormonas indomables se ríen y comen patatas como si fuera lo mejor que van a hacer en la vida.

—¿Te has fijado en esas bolsas de patatas? Están perfectamente planchadas, abiertas sin la mínima violencia y llenas a reventar. Ahora mira nuestras bolsas. Acabas de pagar por una bolsa sucia llena de aire.

Es fácil mantener una conversación con Marc. Es fácil mantenerte en silencio sin que eso sea molesto para nada. Son demasiados años ya. No necesitamos palabras forzadas, conversaciones absurdas….simplemente estamos.

—¿Te conté lo qué me pasó el otro día? ¡Tan surrealista!
Marc, a ti te pasan cosas surrealistas cada día. Esa palabra pierde su significado contigo.
—Esto es muy fuerte. Escucha. El pasado sábado estaba en casa de una chica, ya me entiendes, metidos en su cama.
—Por favor, no me des detalles.
—Espera que esto te va a gustar. A medianoche me levanto para ir al baño y beber agua. Bien, pues cuando estoy en la cocina aparece la compañera de piso en ropa interior.
—¿Y eso es malo?
—¡Nessa, se me tiró encima! Empezó a insinuarse, a intentar besarme y a decirme cosas que no voy a repetir delante de una señorita.
—No te cortes. Sigue. ¿Tu que hiciste?
—¿Pues que quieres que hiciera? Intenté quitármela de encima. ¡Mi ligué estaba en la habitación de al lado!
—No creo que eso le importara mucho a ella. Quizás tengan un acuerdo y compartan algo más que el alquiler. Me extraña que aun te sorprendan estas cosas. Podrías escribir un libro con tus aventuras.
—Pues fue un momento delicado. Yo estaba desnudo y por tanto en desventaja.

Le damos un largo trago a nuestras cervezas y Marc intenta encontrar alguna cosa en la tele que merezca nuestro interés.
Una niña de unos 14 años aparece en bañador con una piel tersa y suave y me cuenta, mirándome a los ojos, que yo puedo ser como ella si uso esa crema anticelulítica numero 1 en ventas. Lo que no puede entender esa niña es que para ella también va a pasar el tiempo y no va a ser una adolescente para el resto de su vida.

miércoles, 14 de octubre de 2009

De camino...

A veces me gusta volver andando del trabajo a casa. Hay días que necesito respirar, si es que se puede respirar en una ciudad llena de CO2.
Ando con la vista y la mente perdida, de una forma automática donde mis instintos me guían sin que yo tenga que prestar atención.
La gente te pasa por el lado, casi rozándote los brazos, con su rumbo fijo y sin observar lo que ocurre alrededor. Y cada uno de nosotros con sus pensamientos, con sus recuerdos, con sus sueños y esperanzas…
Me estoy poniendo demasiado trascendental.

En realidad me da por pensar en el día, en todas las horas derrochadas en algo insignificante y que no me va a llevar a ninguna parte, que no va a cambiar el mundo de ninguna mínima manera. Simplemente nada que haga correr las horas sin que te des cuenta y sin decepciones, como cuando estás a gusto.
Y pienso en lo que me he convertido y en lo que soñaba ser.
Pienso en lo claro que lo tenía todo cundo creía tener toda la vida por delante, lo llena de ilusiones que estaba.
El tiempo pasa muy rápido y llego a una edad difícil donde se supone que debes tenerlo todo claro, donde no se te permite el error de ser inocente, de soñar, de continuar teniendo tu mundo feliz…
Siempre te dicen “¡Por Dios Nessa, que tienes 30 años!” y eso se supone que debe funcionar, que debe volverte razonable. Es complicado en mi caso.
Hace un tiempo, no tanto, sabía perfectamente quien quería ser. Lo tenía todo planeado.
Y aquí estoy hoy, andando entre las calles que se abren a mi paso, pero que no me llevan demasiado lejos y me da demasiado miedo recordar ese pasado porque me doy cuenta que nada es como esperé.
Así que entro en el supermercado de camino a mi refugio y lleno una bolsa de colesterol y futura celulitis a parte de alguna que otra fruta para engañar a mi culpabilidad.
Continúo andando con mi chocolate en una mano y mi victimismo en la otra y me cruzo con una mujer que se tira de los pelos para poder dominar a los dos hijos que arrastra hacia el coche. La niña se pelea con su hermano por defender la honra de su Barbie que esté en peligro de ser decapitada como se descuide. En la mochila que lleva en la espalda asoma la cabeza de Kent, ese hombre perfecto.
¡Como ha cambiado mi idea de ese hombre al largo de los años!

Llegando ya al portal de mi casa vislumbro la figura de un hombre sentado en el primer peldaño. Aunque ya es adulto por su semblante, su pose y la sonrisa que me dedica se podría decir que no es mucho mayor que un niño de 12 años. Marc me espera envuelto en su aureola de frescura con la camisa por fuera del pantalón, con el pelo revuelto y con su mirada picarona.

—Llegas tarde. Llevo más de veinte minutos esperándote.

Y entonces entiendo que quizás no esté todo perdido.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Una pobre diabla

A veces la realidad da demasiado miedo. Es más fácil vivir soñando.
He llegado a los malditos 30 siendo tan soñadora como cuando era niña lo que pasa es que guardo esa parte de mí muy adentro y no permito que salga a la luz pública. Me obligo a parecer realista y a veces hasta demasiado aguafiestas cuando en realidad lo que hago es negarme a crecer hasta que cada una de mis esperanzas se hagan realidad.
Esto puede comportar algún que otro problema. Y si no que se lo pregunten a los que me soportan cada día.
Me acabo de leer un libro que me ha trastocado, en el buen sentido de la palabra, o quizá no.
He absorbido cada página, cada línea, cada palabra y me han hecho reconocer lo que realmente soy: una soñadora sin solución.
Cuando llevas eso muy dentro de ti, solo necesitas una pequeña ayuda para que la fiera se despierte y entonces puede ser complicarlo dominarla.
He suspirado por los rincones, he idealizado el amor, he deseado y envidiado…..y tengo que confesar que no me avergüenzo.
¿Qué hay de malo en tener esperanzas? ¿En creer que realmente hay algo que me pertenece y que aún no se que es? ¿En tener fe a algo tan fuerte?

He decidido no esconderme más. Voy a defenderme ante todo el mundo y voy a luchar por esa magia romántica y enfermiza a la vez.

No me escondo y reconozco que no va a ser fácil.
Tengan piedad de esta alma que no le ha tocado el mejor mundo para ser así.

¿Pero sabéis qué? Cuando leí la última frase de ese libro y lo cerré me planté al mundo con una sonrisa picarona y me sentí bien conmigo misma.

viernes, 2 de octubre de 2009

Otra sesión de miércoles.

Cuando me estiré en el diván sabía perfectamente de que iba a hablar ese día y no tenía ningunas ganas de sacar el tema. A parte de que tenía una laguna negra en mi cabeza a consecuencia de una botella y media de vino que no me permitía acordarme de todo con nitidez.
Pero como no tengo otra cosa que decir, mejor eso que desperdiciar una hora de sesión.

Mi psicólogo, entre una sonrisa irónica y mirada de curiosidad, me intentó leer mi expresión.

—Por tu cara veo que no ha ido muy bien. ¿No?

Y la verdad era que no. No fue bien y yo ya me lo esperaba.
Qué se puede esperar de una cita de estas que te busca una amiga. O quizá sea yo, quizá ya no sea capaz de mantener ningún tipo de relación con una persona normal, o de ninguna clase.

Cuando le abrí la puerta de mi casa aquel sábado supe de antemano que la situación estaba complicada.
Tenía ante mí a un tipo vestido con pantalones de lana i una americana de cuadros marrones. Pero lo que casi hace que me atragante con mi propio grito retenido fue cuando veo que lleva corbata.
¿Quién lleva corbata hoy en día para salir una noche a cenar? Todas esas especies en extinción las conoce mi queridísima amiga y Celestina.
Llevaba el pelo peinado con la raya en medio y con un efecto mojado que me recordó a Cary Grant, pero sin ser él, por supuesto.
Y detrás de unas gafas con cristales de culo de botella se escondían unos ojos pequeños y tímidos que no paraban de moverse alrededor de mí.
La primera sensación fue salir corriendo, pero como persona educada y por miedo a las reprimendas de Laura, cogí aire y me presenté con dos besos, como Dios manda.
Él me tendió una maceta con unas flores pequeñas y de color indescriptible informándome que eran buenas para ahuyentar insectos.
Supongo que podría habérmelo tomado por algo muy original sustituir el ramo de rosas por una maceta pero en ese momento no podía pensar en nada más que en que se acabara aquella noche.

Una vez en el restaurante fue difícil romper el hielo. Después de 25 minutos, y comprobar que no ponía mucho de su parte, no tenía nada más que decir así que empecé por pedir mi primera botella de vino.
Y tuve que bebérmela entera yo solita ya que volvió a sorprenderme cuando pidió un agua con gas para él.

—Yo nunca bebo —me dijo mirando mi copa y con tono acusador.

Mi padre me dijo una vez que mejor no fiarse de la gente que no bebe.
Durante el segundo plato encontré el tema perfecto para que él hablara sin necesitar de mí y yo podía ir bebiendo sin apenas escucharle.
Me contó que en la revista llevaba el tema de las enfermedades y alergias y maneras naturales para combatirlas o remediarlas.
Me regaló unas primeras clases de la nocividad de muchos componentes y conservantes de casi un 70% ciento de los alimentos.

Bien. Ya en los postres, acompañaba mi tiramisú con la tercera copa de la segunda botella de vino que no compartí con nadie.

Entonces empezó todo. Mi cabeza rodaba por el restaurante, mi visión era borrosa, no atinaba en meter la cuchara en la boca y no era capaz de hablar sin tartamudear o reírme de mi misma sin lógica alguna.
El tiramisú, que tampoco era ninguna maravilla, bailaba jotas en mi estomago y el hombre sentado ante mi se dio cuenta de todo.
Intenté ir al baño de una forma digna y sin tropezar con mis tacones de diez centímetros que me ponía en poquísimas ocasiones. Ni el agua helada que me bañó la cara y la mitad del cuerpo consiguió ayudarme.
Un sudor frío me resbalaba por la espalda, más que por la borrachera en sí por el miedo a perder la razón en cualquier momento.
Volví a la mesa con una mínima sonrisa que intentaba disimular mi estado y disculparlo, pero mis reflejos dejaban mucho que desear cuando se bañaban en alcohol, así que me senté demasiado al filo de la silla y caí de culo al suelo arrastrando una parte del mantel conmigo y rompiendo una copa de cristal.
Mi nuevo amigo, rojo por la vergüenza ajena, se levanto de repente y alzándome por un brazo pidió la cuenta.

Supongo que puedo estar contenta que al menos me acompañara a casa, después de todo. O eso creo, ya que me desperté en mi sofá sana y salva pero con un gran dolor de cabeza y unos martilleos en mi cerebro que hacían que no soportara ni mi propia respiración. Me pasé todo el domingo en el sofá, estirada mirando el techo sin valor para moverme porque sabía que en cualquier momento mi estomago renunciaría a todo. Mi único alimento 2 litros de agua, 2 ibuprofenos y toda la culpa y la vergüenza del mundo.

Dejé sonar el teléfono demasiadas veces hasta que mi cabeza ya no lo soportó más.

—¿Siiiii? —no creo que mi voz pueda llegar al otro lado.
—¿Vida? ¿Estás ahí?
—Siiiii
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Siiiii
—¿Cómo fue ayer?
—Si, emmmm…
—¡Por Dios! ¡Dime algo!
—Emmm…mamá…..
—¿Es guapo? ¿Tiene dinero? ¿¡Cómo es?!
—Mamá, es que ahora no puedo…
—¿Está ahí contigo ahora?
—No mamá….

Mientras intentaba mantener una mínima conversación con mi madre estiraba el cable del teléfono deseando que fuera lo suficientemente largo para llegar a la taza del wáter.

—¿Pero se puede saber qué te pasa?
—Mamá, no me encuentro muy bien y…
—No te habrás emborrachado. ¿No?
—Noooooo. Pero como puedes….

El cable estaba dando bastante de si y yo cada vez estaba más cerca de la taza.

—Entonces fue bien. ¿Lo conoceré?
—Ui, mamá, creo que corres mucho…
—Vale, ya entiendo. La has jodido otra vez. Y ahora mismo tienes una resaca que no te la aguantas.
—¡Nooo!

Me encontraba, por fin, ante la taza y tenía que colgar el teléfono como fuera.

—Nessa, eres un desastre. No puede ser que…

Pero yo ya no escuchaba nada. Así que colgué a mi madre sabiendo que eso iba en mi contra y permanecí más de media hora sentada en el frío suelo de mi baño con la cabeza metida en blanco mármol de la taza.
 

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