miércoles, 4 de noviembre de 2009

Invitación de boda.

Hoy he recibido una invitación de boda. Un bonito sobre color crema envuelve un papel de buena calidad y al parecer muy caro. Me invitan a mí y a mi acompañante (ja!) a la otra punta del país, sin ningún gasto pagado y con un número de cuenta en el pie de la hoja que deja bien claro que debo hacer con eso.
He necesitado unos quince minutos en recordar claramente quien era la persona que me invitaba. Hace como cinco años que no se nada de ese tipo y supongo que no le habrá contado a su futura mujer la relación que tuvimos ya que seguramente se hubiera negado a que me invitara.
Bien. Fue un verano bonito y apasionado en la costa, seguido de unos meses de reencuentros esporádicos algún fin de semana y un contacto telefónico cada vez más débil. Y ahora me invita a su boda.

Lo que me pregunto es como tengo que rechazar esa invitación. Es decir, como se comunica tu no asistencia. No lo he sabido nunca y, sobretodo, si me apetece tanto ir como sacarme una muela del juicio…¿debo hacerle regalo?
Más de una vez he preguntado el protocolo del regalo y aun no lo tengo del todo claro.

En los últimos años he estado recibiendo algunas de estas invitaciones. Gente que ya no reconocerías ni en una rueda policial, viejos amigos, compañeros de trabajo…
Y he llegado a una conclusión: la gente se casa.
Sí, y me asombro cada vez. No acabo de acostumbrarme cuando aquella niña con dos trenzas y el moco flojo que se sentaba en el pupitre de al lado me comunica que se casa. Imaginaos cuando se trata de un ex.
Quizá me pasa porque siempre he visto el matrimonio como algo muy lejano en mí. Como algo irreal, algo que tardará tiempo en llegar.
Cuando era pequeña y jugaba con mis amigas, ellas se peleaban por ser la mujer de alguien. Yo me quedaba sola cuando escogía ser la independiente, la que vive sola y no da cuentas a nadie.
Con el tiempo ves que una cosa no tiene que ver con la otra y que todo el mundo puede cansarse de estar solo en algún momento, pero el matrimonio….uf. No.
De todas maneras, sintiéndolo mucho por mi madres, no he tenido la oportunidad ni de planteármelo.
Y rápidamente entenderéis el por qué. Enumero algunas de mis relaciones:

- El ocupa-gorrón que se instaló en mi casa, más bien en mi sofá y se comió mi comida y casi me arruina. Duró hasta que me cortaron la luz por falta de pago.
- Otra de mis conquistas fue un hombre que solo veía unas dos veces por semana y en horas contadas y controladas. Siempre apagaba el móvil y nunca se quedaba a dormir. Un mes y medio después supe que estaba casado. No me siento muy orgullosa de eso ni de lo que vino después, pero eso es tema para otro día.
- En una época rebelde me perdí por el tipo malo. Tenía moto, pantalones negros y ajustados y un cuerpo increíble. Estuvo muy bien y realmente fue muy divertido hasta que una madrugada me despertaron para que fuera a buscarlo a la cárcel y pagar su fianza.


Podría enumerar un par más que no tienen desperdicio, pero con algún ejemplo basta.

Supongo que todo el mundo se casa ilusionado y con la esperanza que será para siempre. Y yo no soy nadie para aguarles la fiesta. Así que voy a contestar a la invitación disculpándome con alguna excusa ridícula por no poder ir, deseándole toda la felicidad del mundo.
Ya me pensaré lo del regalo que eso es otro tema.

2 comentarios:

milagros dijo...

Hombre, con esas perlas... no me extraña.

Floren dijo...

Voto para que se quede sin regalo! vaya jeta!!

 

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