miércoles, 18 de noviembre de 2009

Miércoles, otra vez.

Sí, y de nuevo sesión con mi querido confidente.
Vuelvo a sentarme el la butaca y vuelvo a hablar de mis fracasos.
Este hombre va a tener que pagarme a mí al final porque se lo debe pasar bomba escuchándome.
Y he pensado en no venir hoy, pero seguro que me hubiera preguntado la semana siguiente. Y he pensado en mentir también, en inventarme una historia con final feliz. ¿Pero de que me sirve mentirle a él? Me engaño a mi misma y desperdicio ese dinero que aun no entiendo porque continúo gastando aquí.

Bien, que más da. Supongo que lo que querrá saber es como fue mi sábado. Solo diré que volví a casa en taxi, sin bolso, con un solo zapato y a altas horas de la madrugada.
Pero empezaremos por el principio.

Confieso que aunque no me tenis mucha esperanza en aquello, una siempre tiene sus ilusiones (al menos solo por una noche) y se pone nerviosa unas horas antes de la ocasión. Confieso también que aquella tarde de preparación psicológica me fumé unos 5 cigarrillos, sí, volví a fumar. Realmente nunca lo he dejado definitivamente. Siempre tengo un paquete escondido en el armario por si acaso. No se muy bien porqué, ya que si no tuviera el paquete de por si acaso y hubiera un por si acaso…no fumaría. I tampoco se de que me sirve tenerlo escondido en el armario si yo vivo sola y se donde está. Manías que tiene una.
Bien, creí que quizá con alguien que se mueve en el mundo del glamour debía esmerarme un poquito y no ser del todo yo misma aunque muchos estén convencidos que es la mejor manera de ir por el mundo. No en una primera cita. Lo aseguro. Debes ser tu misma después de peinarte y pasarte la plancha, de depilarte al milímetro, de usar un maquillaje invisible pero que te deje la piel lisa y perfecta y si puede ser todo acompañado de unos buenos tacones y un vestido bonito. Quizá así te sientas más segura para poder ser un poco tu misma.
Pero esa noche opté más por la sencillez. No me iba a pasar todo el día pendiente de aquello. Y en una hora estuve lista.
Pasaban más de 10 minutos de la hora acordada y aun no había tocado nadie a mi puerta, pero ya se sabe con está gente. Supongo que debe ser muy in hacer esperar.
A la media hora de estar en el sofá sin saber que hacer y tiesa como un ajo para no arrugarme la ropa llaman a mi teléfono.
Le ha salido un imprevisto, tiene trabajo, última hora…bla, bla, bla….y que si me importa que nos veamos directamente en el restaurante.
Bien, le puede pasar a todos. Me doy el último vistazo en el espejo de la entrada y salgo hacía el restaurante.
Y allí media hora más de espera. El camarero, amable y simpático donde los hayan, me ofreció dos veces algún tipo de entrante, para la espera, pero me limité a mi copa de vino blanco y intentando bebérmela a pequeños sorbos para no repetir la historia d la última vez.

Y cuando mi vista se perdía en contar los hilos del mantel, apoyando la cabeza en mi mano y empezando a temerme que me tendría que ir sin cenar, apareció por fin.

Ante mí, un tipo alto y trabajado en el gimnasio. Moreno, demasiado para la época del año, trabajado en un solarium. Pelo engominado y hacia atrás, trabajado durante horas. Camisa blanca con los primeros botones abiertos mostrando los pelos renacientes de la última pasada de la cuchilla. Tejanos dos tallas menos de las necesarias que imposibilitan cualquier movimiento. Cejas…trabajadas, para no decir depiladas. Joyas y complementos muy trabajados también. Un tipo excesivamente trabajado. Excesivamente perfumado. Irreal. Surrealista.¡ A dónde hemos llegado!

— ¡Ei hola! Tu debes ser Nessa. Soy Ian. O sea, Ian, el amigo de Marc. ¿Sabes?
— Sí, se, o sea, sí, se —madre mía, no iba a aguantar toda la noche.
— Siento el retraso pero ya sabes como es este trabajo, o sea, ya me entiendes. Este mundo es muy esclavo. ¿Sabes?
— Sí, se.
— Bueno, no te he querido traer flores ni ninguna otra cosa porque de todas maneras no te conozco para saber que te pega más. ¿Sabes? Y soy un hombre moderno que cree en la liberación de la mujer, o sea, que supongo que eso de las flores ya es una cursilada.
— Sí, claro —no hay más palabras señoría.
— Este restaurante es fantástico, o sea, lo ultimo de lo último. Tenemos reserva gracias a mis contactos. Normalmente está lleno de famosos. ¿Sabes?
— Aja……

El restaurante en verdad estaba bien. Una decoración muy art-pop a lo Andy Warhool y la gente que estaba sentada en las mesas conjuntaba a la perfección con el local. Yo no.

Durante toda la cena tuve que escuchar la maravillosa vida de un representante. De lo difícil que era mantenerse. De lo fantástico que era viajar a Milán, los Ángeles, Nueva York, conocer gente famosa….mientras atendía a todas las llamadas de su móvil (y no fueron pocas).
Lo que no entendía era porqué si ese peñazo tenía una vida tan completa y repleta…necesitaba quedar con una mujer que no conocía de nada. Y así se lo pregunté.
Y su contesta fue simple y llana: No me gusta llevarme el trabajo a casa.

Dos horas de hablar de él después pedimos la cuenta para ir a tomar una copa fuera de allí. Por supuesto pensaba tomarme la bebida alcohólica con más grados rápidamente y escapar.
La cuenta…a pagar a medias. Podría ofenderme con otra de las cosas que no permiten la liberación de la mujer, claro.
El taxi al Pub de moda que Ian conocía y que estaba en el quinto cuerno…ese que valió una pasta, lo pago yo. Porque el señorito está acostumbrado a la Visa Oro y nunca lleva “cash” encima.

Entré en el Pub detrás de Ian que continuaba pegado a su Black Berry. Y en ese instante supe que hubiera sido mejor rendirme y marcharme a casa. Nada bueno podía sacar ya de eso.
Empezó a saludar a todo el mundo con besos y abrazos. Mano alzada a la izquierda, mano alzada a la derecha. Pasé por alto el hecho que me iba dejando atrás, rezagada sin presentarme a nadie. Lo seguí y lo seguí hasta que mi dignidad me dirigió a la barra para tomar mi primer Gin Tonic.
No supe mucho más de él. Iba apareciendo por momentos para contarme que era muy importante relacionarte con todo el mundo, estar siempre disponible porque nunca se sabe. ¿Sabes?

Así que cuando lo vi salir del váter por tercera vez tocándose la nariz y con dos botones de la camisa desabrochados de más, decidí que ya había tenido suficiente.

No sabía donde me encontraba exactamente, pero lejos de la civilización, seguro. Llamé a un taxi que pronosticó una media hora de espera. Y yo pronostiqué la pasta que me dejaba otra vez en el viaje. Lo que no intuí fue la moto con dos pasajeros que me estirarían el bolso, me tirarían al suelo, me romperían el tacón de mi zapato y que harían que me sintiera la persona más desgraciada de la tierra.

Al menos el taxista fue piadoso y no le importó que le gastara todos sus pañuelos de papel.

1 comentario:

Zero Kelvin dijo...

Vaya desastre... Lamento semejante velada...

No obstante, oiga, creo que debería sacarse de encima ese complejo de Bridget Jones.

Salta a la calle con la cabecita bien alta. Encuentre alguien que los piropos se los dedique a sus zapatos y no a él mismo.

Ah, y que demonios, que pague él la cena. Usted pague las copas de después o pague la siguiente, pero que demuestre al menos por usted el mismo interés que usted puso en estar bien para salir.

Y sonria más.

 

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