jueves, 10 de junio de 2010

Día 1

Camino por una ciudad, casi desconocida, descubriendo lo que va a ser mi futuro inmediato a cada paso.
Estoy en Londres, una ciudad increíble al menos para ir de vacaciones. Vamos a ver como se me da vivir aquí unos meses.
Aunque no os lo creáis…hoy no llueve. Al contrario, el sol se asoma entre delgadas nubes y calienta lo necesario como para que la temperatura sea muy agradable. Son las 12 del mediodía y los londinenses corren ya buscando algo que comer. Estoy paseando por el centro desde hace una hora y me dejo llevar por la multitud de turistas y de ciudadanos de a pie que salen del trabajo durante su “break” para un “lunch” y volver a sus quehaceres. Estos son los que te dirían que la vida aquí tampoco es nada fácil.
He llegado hace apenas dos días y creo encontrarme de vacaciones. En cierta manera así es. Sé que tengo que gestionar muchas cosas y empezar a situarme, encontrar un sitio donde vivir, clases para refrescar el idioma de la Reina y quizás con el tiempo un trabajo que me permita adentrarme en este nuevo mundo como una más. Pensar en todo lo que me espera, en la nueva vida que me tengo que formar de nuevo, me da vértigo y al mismo tiempo me escita. Muchos creerán que hay que estar muy loco o pasar por una enajenación grave si, teniendo un trabajo y un hogar, lo dejas todo para…para no tener nada seguro y irte directo a un precipicio.
Muchos otros creerán que es una aventura, una experiencia que hace tu vida más plena, más interesante y dónde seguro se pueden acumular varias anécdotas para contar a tus nietos cuando seas mayor.
Yo de momento no sé muy bien que estoy haciendo, no me ha dado tiempo para enfriar mi mente y darme cuenta del paso que he dado. Sólo sé que creo haber hecho lo correcto.
Mis dos queridos amigos me acompañaron al aeropuerto escapando de las replicas de mi madre de que debería ser ella la que me tendría que entregar a mi nueva vida, pero nunca le han gustado mucho los aeropuertos ni las esperas, así que al final le hicimos un favor.
Me abrazó fuerte, con lágrimas en los ojos y como si de una adolescente se tratara en su primer campamento de verano, me resalto cien veces que vigilara, tuviera cuidado, no me fiara de todo el mundo, que no saliera sola en medio de la noche, que no comiera algo que no conozco, que la llamara en cuanto llegara y que no entendía porque estaba haciendo esa chuminada tan grande.
Mi padre, pacífico, medido, se despidió de mí con una sonrisa deseándome suerte, que disfrutara y que absorbiera todo lo que me podía servir de algo.
Arrastrar mi maleta, con medidas considerables y comparables a un armario ropero, fue algo más difícil de sortear.
Nunca he sabido hacer un equipaje práctico y ligero, simplemente soy de las que lo meten todo en la maleta por si acaso. Y sí, ya sé que en esta ciudad también hay muchas tiendas, pero si yo ya tengo algo que me sirve, que me está bien…¿por qué debo buscar o comprar otro? Así que intenté sonsacarle a la señorita de facturación un perdón de unos 6 kilos. No fui yo quien lo consiguió. Sabía que tenía que llevar a Marc conmigo, aunque sólo fuera para ligarse a todas las azafatas del aeropuerto.
Y sin ninguna lágrima en mis ojos me despedí de mi gente, de mi esencia para encontrar un pedazo más de ella, en ningún caso otra diferente.
Sé que a Marc no le gustaré que cuente esto, pero lo sorprendí girándose de espaldas y secarse un poco los ojos. No esperaba menos de él.
Y aquí estoy dispuesta a buscarme, a encontrarme…sin dejar pasar nada por alto.

1 comentario:

La Pe dijo...

Et trobem molt a faltar, nena, be, jo si, que vols que et digui!!

 

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