martes, 12 de enero de 2010

Sesión de Miércoles: Anuncio de boda

—Me hizo ilusión porqué hacía tiempo que no quedaba con mi hermana para tomar algo. Ella y yo solas. Para hablar. Cuando me llamó y me dijo que quería verme creí que algo malo pasaba y de repente me vino a la mente la imagen de cuando éramos pequeñas y yo la cogía de la mano para llevarla sana y salva a casa. Cuando éramos cómplices ante mi madre. Cuando yo era su hermana mayor y se creía todas las historias que le contaba.
Y cuando la vi entrar en la cafetería donde habíamos quedado, note de nuevo, en la medianoche, como una niña se colaba en mi cama y se dormía pegada a mí porque pensaba que bajo su cama había un mundo lleno de monstruos —sólo me atrevería a decir estas cosas sentada en este sofá.
—¿Y te molesta que ya no te necesite? —me pregunta mi confidente con el cuerpo echado hacia delante.
—Yo no creo que no me necesite. Tanto como yo a ella. Pero de una forma distinta a la de antes.


Sentada en la cafetería ante mí daba vueltas al café con la cucharilla provocando pequeños remolinos en la taza. Se veía sería y preocupada, pero eso no escondía aquella seguridad que tanto me gusta en ella.
Dos hombres la observan desde la barra y comentan entre ellos. Sara es guapa y muy femenina. Posee una belleza natural, poco forzada que la envuelve y atrae. Siempre me ha dicho que aunque no le atraiga el sexo opuesto le encanta que la miren y la piropeen.

Levantando la vista hacia mí, soltó la noticia de repente.

—Olga y yo vamos a casarnos.

Y qué rápido pueden llegar las lágrimas cuando ni siquiera has digerido la información que acabas de recibir. Como se puede mezclar la alegría, la ilusión, la sorpresa, la nostalgia…

Y me cuenta sus planes, me dice que ya tienen una casa en el campo, que les deja un amigo, para hacer la fiesta y que quiere que estén la gente que realmente quiere y que lo que más le preocupa es que nuestra madre no se lo va a tomar muy bien.
Ahorro animarla en este sentido. Las dos conocemos a esa mujer y sabemos como de cabezona es. Pero también se como quiere a su hija y que aunque grite mucho al principio y se niegue a la verdad acabará haciendo lo que debe.

Y entre la emoción y el síndrome de hermana mayor que vuelve al ataque acabo metiéndome en el berenjenal que nunca hubiera deseado.

—Déjamela a mí, yo hablo con ella.

No se ni donde me he metido.

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