miércoles, 10 de febrero de 2010

Sesión de Miércoles: por voluntad divina

Ha llegado un momento que ya nada, o casi nada, logra sorprenderme. La gente me desconcierta a veces pero, luego, pensándolo fríamente me doy cuenta que muchas cosas podían ser previsibles. Pero ayer…ayer cuando estaba en el metro…no se.
—¿Qué no sabes?
—Ocurrió algo en el metro que hizo que me quedara insensible a cualquier reacción, sin poder decantarme hacia ningún lado, sin saber que pensar realmente y con una sensación…
—¿Robaron a alguien delante de ti?
—No, nada de eso.

Muchísimas veces en el metro, todos nos hemos encontrado con los músicos que nos tocan canciones pasadísimas de moda con un acordeón y un altavoz enganchado a un carrito, incluso con cantante incorporada. Otras tantas que nos venden encendedores o pañuelos de papel a cambio de un euro. Están también los que piden alguna moneda a voluntad del viajero de TMB mientras te cuentan su dura vida sin trabajo ni hogar. Alguna vez he visto algún señor que mostraba unos documentos que certifican su grave enfermedad, sus operaciones y como todo eso le impide encontrar trabajo.
Pero hoy nuestra protagonista es una mujer de nacionalidad indeterminada, al menos para mi ignorancia, ya que no acabo de situarlas nunca entre Rumania o algún país de cultura árabe. La mujer no llegaba a los 40 años, aun así se notaba envejecida por la vida y el sol le había curtido la cara. El pelo lo tapaba un pañuelo de color negro y llevaba una tunica hasta los tobillos y unas zapatillas de ir por casa. A diferencia de algunas que ya he visto, esta no llevaba un bebé en brazos, pero si una fotografía donde aparecían 6 niños de diferentes edades. Ella, con su poco e inteligible español, nos daba a entender que no tenía dinero para pañales, para comida para sus hijos, que no tenían casa. Nos bendecía en nombre de Dios uno por uno pasándonos la fotografía de sus niños por delante y la sostenía unos segundos para que pudieras contemplar sus caras. El nombre de Dios recurría bastante a sus labios mientras yo pensaba como se puede tener una fe tan inquebrantable en esa situación.
Cuando ella ha llegado hasta mí, el pasajero que estaba sentado a mi lado, con un traje gris y camisa azul impecable, ha sacado una tarjeta del bolsillo interior de la americana y se la ha ofrecido.

—Tenga, cójala. Aquí le pueden ayudar a encontrar un trabajo.

Ella la ha apartado con la mano y le ha dicho al hombre que ella no puede trabajar, que no se lo permitirían. Su obligación consta en cuidar a los hijos.

—Bien —le ha vuelto a decir el hombre mientras se sacaba la cartera y extraía algo de dentro —toma esto entonces. Aprende a usarlo y quizá así sea todo más fácil.
En la mano de aquel viajero había un preservativo que estaba ofreciendo a la mujer que pedía unas monedas. Pero ella horrorizada lo ha vuelto a rechazar, gritando que eso era pecado y que así no se cumple la voluntad de Dios. La voluntad de Dios.

—Bueno —le respondió el hombre guardando su cartera sin sacar una sola moneda para ella — Hágase su voluntad pues.

Un silencio ha envuelto el vagón entero mientras mirábamos la escena.
La mujer ha salido del metro y supongo que a esperar otro tren que le ofrezca mejor suerte.
Siempre he creído que debe ser muy duro encontrarte en alguna de estás situaciones tan difíciles donde necesitas pedir para sobrevivir y que si a mis hijos les faltara de comer, seguramente no tendría inconveniente en robar.
¿Pero realmente son ideas de una persona demasiado idealista, poco práctica, que estando desde el lado más fácil y cómodo se aplaca la mente intentando defender o comprender? ¿Ese hombre nos ha reflejado una verdad o una minoría insensible?

Me perdí en mis pensamientos dudosos y llenos de contrariedades antes de llegar a mi destino sacándome de mi retiro una conversación detrás de mí, donde un chico le contaba a su amiga como le habían puesto una multa de 300 euros la otra noche por orinar en la calle.

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