domingo, 11 de marzo de 2012

¿La verdad y toda la verdad?

¿Somos desconfiados por naturaleza o la vida y las circunstancias nos hacen así de mezquinos?

Me ha llamado Laia para ponerme al día con sus últimos quehaceres. Conoció a un chico hace un par de semanas y aun no le ha pillado el truco. Vamos a resumir la historia de nunca acabar: quedan una noche. Cena. Buen sexo. Mensajes. Ella le propone planes para el domingo. Excusas, como una gripe o alguna otra enfermedad contagiosa que le impide relacionarse con la humanidad. Sospechas.
-¿No lo volveré a ver, verdad?- me pregunta con esa voz de resignación y conformidad que la experiencia te da- ¿o es que me como mucho la cabeza y no confío ya de nadie?
Ella me explica que no logra a entender el porqué, que fue mi majo, que incluso le preguntó por su familia, por lo que hacía y dejaba de hacer, por sus platos favoritos para cocinárselos algún día… ¿Qué necesidad tiene?
En realidad preferiríamos que nos dejaran las cosas claras desde el principio. ¿Qué es lo que realmente quieres? Simple y llanamente. No me importa que me digas bien claro que mañana te habrás convertido en rana y que desaparecerás para siempre, así que más nos vale no perder mucho el tiempo e ir directo al grano. Así tú decides conociendo todo detalle, sin sorpresas, sin falsas ilusiones…Pero no, ellos se empeñan en presentarse como el encantador encantado.
Eso me lleva a otro recuerdo. Una cena entre amigos donde solo un 3% de los asistentes seguía, después de los años, aferrado a un romanticismo dulce pero pragmático que intentaban defender sin ningún fundamento ni mucho convencimiento. Y para más contradicción diré que el afiliado al partido de “qué bonito es el amor, vamos a gritarlo a los cuatro vientos” era de género masculino. Y las féminas, todas con unas vivencias a las espaldas, escuchábamos escépticamente para llegar a una misma conclusión.
Es mucho más fácil creerte lo malo que lo bueno. Si alguien me dice lo guapísima y lo genial que soy, me trae flores un miércoles cualquiera cuando llevo ya el pijama y el moño y suspira al verme y sonríe como un bobo…seguramente voy a tender a creer que me engaña. Y es más, creo que al final le gritaré como un basilisco que se deje ya de tonterías y que se ahorre la actuación.
Bien, es normal no confiar de buenas a primeras. No hay tanto riesgo y luego la cura mucho más rápida, pero aun el miedo que pueda existir detrás de todo esto supongo que al final lo que importa es arriesgarse, porque quien no arriesga no gana. Quien no se atreve no vive…y muchas más frases hechas que podría enumerar, pero que todas me llevan a lo mismo.
¿Y sabéis que? Al final el nuevo chico de Laia estaba enfermo de verdad, con una gripe de campeonato y con 39 de fiebre.
Así que a veces vale la pena dejarse llevar…

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